CASI DIEZ AÑOS
Podría decir que los estoy viendo.
Me basta con cerrar los ojos
y allí están con sus sacos rotos,
sus bufandas sucias, sus zapatos no muy viejos
pero ya destrozados y cubiertos de humedad,
de esa otra piel, hecha de barro, helechos, hongos,
que se adhiere a los hombres como ellos.
En su aliento entrecortado hay un perfume
de flores muertas, de violetas que poco a poco
sueltan su licor mínimo, con el que ellos
se engañan, por un instante, antes de volver
a levantar el pie con el cuidado más extremo,
no se vaya a despertar la serpiente,
no los vaya a detectar el enemigo.
Los árboles son enormes centinelas protectores,
al menos eso han sido hasta ahora, y su silueta,
en la noche, los sigue cobijando de los que los buscan
y, también, de las estrellas, que ellos no quieren ver,
pues no saben en donde están, ni hacia donde van,
y no quieren confirmar que están perdidos.
En sus manos ateridas, sin fuerzas, el fusil
también bañado por el rocío un rocío que mañana
será orín junto a sus huesos,
pesa el doble que el día anterior,
pero eso no importa, como tampoco importa
el sueño que no han dormido ya tantas horas,
las heridas, las ampollas de los pies, el recuerdo
fugaz del hijo que no se volverá a ver,
la mejilla temblorosa de la madre.
Lo único que importa es seguir adelante,
romper el cerco, salvarse tal vez,
durar un tantito así, ver otro día, ver otro río,
acercarse con sigilo hasta la puerta,
procurar no hacer ruido, para no despertar a nadie,
cuidar que la respiración de la esposa no se altere,
rozar con el dedo áspero la mejilla de la niña
que duerme con la boquita abierta.
Casi los puedo ver, si cierro los ojos,
pero ya con dificultad, pues están cada vez más lejos,
alejándose cautelosos, yéndose sin hacer ruido,
cada vez más lejos, tiritando, cada vez más fríos,
cuidando el sueño de los otros.
TARDE
¿Arde aún en la habitación
el viejo cirio ayacuchano?
Los perros ladran
cada vez más lejos
y en los ojos
de ambos
anida
todavía el humo
oloroso
de la zarza prendida
en tu pelo,
catarata negra,
áspera,
ardiente,
que cae sobre tu hombro
y
sobre mi rostro,
oh niña amada,
mientras mana
el hilo tibio de tu sangre,
con el silencio de una fuente.
AMANECER EN ATENAS
Vi que sus pies y sus manos
eran de gran belleza y que sobre sus ojos
flotaba la gran noche inicial, o la final,
no pude decidirme.
Quise inclinarme y besar sus corvas
de diosa, pero ella me detuvo.
Sonrió y me dijo calma, calma,
casi sin malicia.
Oro y tinieblas cubrían el cuerpo de Electra,
quien, cumplidos ya los cuarenta,
besaba con sabiduría adolescente,
virgen y puta.
Vi en su vientre suave y acogedor
el centro de todo lo deseable,
la miel de los sueños de todos los hombres,
y me dijo que era Adelaida de Corinto.
Con gracia y decisión cumplimos los ritos
y en torno a nuestros cuerpos
suspirantes y temblorosos, se mecían
las plateadas hojas del olivo
y hervía, cantando,
la vieja tierra arcillosa y roja.
Horas después, en pleno viaje,
me desperté en medio de aquel mar de trigo,
que ondeaba, llamándome.
Me froté los ojos:
no era la Pampa de la Culebra.
Por los caminos de Tebas,
en un autobús crujiente,
mis acompañantes y los otros, dormitaban.
En sus frentes y su pelo oscuro
se podía leer las pequeñas y sórdidas
historias, los grandes sueños,
de los imperios que por miles de años
se habían disputado ese paisaje.
Fui el único que,
al pasar frente a un lago
vi a los dioses
aplacando su sed en cuatro patas,
como venados de la sabana.
Amo este país y esta gente
como si fueran los míos.
¿Qué nos une? No sé si es la estirpe
transmigrante o la de los guerreros
voladores. ¿Qué dios, en algún momento,
tendió el puente, olvidado hoy.
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QUINTETO
Para una flautista barroca,
amante de Apollinaire.
I
Con aquella fuerza minuciosa / serena
con el mismo flujo solemne
tu voz corre
aún
(magnetófono de por medio)
bajo mis puentes.
Fluye
desde tu habitación parisina
donde
la mustia claridad de noviembre
te ha fijado
un domingo
(hace dos o tal vez ya tres años)
asombrada / inmóvil
como en un viejo retrato.
II
Recitas Apollinaire y
en la primavera que comienza
bajo un sol barrido por el viento
el patio lejano
en el que detengo la mirada
me tortura con su brillo.
Recitas Apollinaire / ebria de tristeza
quebrada
en aquella ventana donde el tiempo
extranjera
se estrella contra tu rostro
esfumando tus facciones
sepultando el paisaje
sepultando mi vida / nuestras vidas.
III
Despertamos cada día
para cumplir
los programas insulsos / las agendas / los horarios
para sonreír a gentes
incapaces de ver
en nosotros otra cosa que ese gesto maquinal.
¿Tú los crees capaces de soñar con tu voz
de imaginar siquiera que
bajo el puente Mirabeau corre el Sena?
Sin embargo, retornando
al despeñadero
era bella tu voz
y junto a tu flauta
que a veces no respondía en los agudos
en aquella ventana que se abría
a las arboledas de Massy-Verrières
tu voz
corre
(o transcurre si prefieres)
todavía
bajo mis puentes.
Tu voz
limpia a veces
áspera y lenta
a veces
continúa batiendo mis cimientos
continúa lavando
las algas
de los arrepentimientos
innumerables.
IV
A estas alturas
(¿Cuánto tiempo ha pasado?)
se han vuelto a cruzar nuestras trayectorias
tú allá
bajo el sol mendaz
miasma de tu ciudad
y yo aquí
congelándome
bajo el engañoso sol de París
también tu ciudad.
Pero ya no hay acuerdo
ni posible regreso
y aún en los sueños de verano
es difícil rehacer el camino
difícil rehacer tu imagen
a través de la voz que reverbera
jadeante
buscando las palabras
precisas
je sais que tu es chez moi
je sais que tu es avec moi
je sais que tu es en moi
oh caída definitiva
para decir que aún me sientes a tu lado.
Sí difícil
pese a que tu flauta (à bec, haut)
sus silencios, sus notas sostenidas
todavía cortan como un escalpelo
la piel de mi frente
y a que en mi pecho
y mis mano
tengo aún la humedad de tu piel
de tu vientre
tu último grito.
Ah tú y los barrocos (mil seiscientos y tantos
a
mil setecientos y tantos)
me hacen sonreír
hasta las lágrimas
pero no nos engañemos
ya no tengo paz
para sufrir tu melancólica agonía.
V
Limeña
limeñita
tu cultura germana y francesa
tu flauta y tu marxismo
incluido el Apollinaire
que te dejé
de nada sirvieron
naufragaste
como estaba escrito
y luego naufragué
también como estaba escrito.
De los amores y los puentes
nada quedará
sólo el polvo
sobre el cual grabo estos versos
con los cuales un día
en vano
quisiste conjurar
el olvido:
"J'ai cueilli ce brin de bruyère
l'automme est morte souviens-t'en
nous ne nous verrons plus sur terre".
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