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Diario LA REPUBLICA - Lima, Perú
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Domingo, 19 de Septiembre de 1999
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Alfredo Pita (Celendín, 1951), ganador del Premio Internacional Las Dos Orillas, España, por su novela El cazador ausente, estuvo en Lima. Autor de los libros de cuentos De pronto anochece y Morituri, aquí relata su aprendizaje de escritor.
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Me fui para salvarme... como escritor

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Entrevista Pedro Escribano
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El cazador ausente ha cambiado la vida de Alfredo Pita. Cuando estaba resignado a ser un escritor sin mayor audiencia, de pronto su novela -de la cual la crítica ha opinado a favor y en contra-, despertó un inusitado interés. Casas editoras -Norma de Colombia y Metailié, de Francia- la han editado. Luego vino el premio internacional Las Dos Orillas, instituido por seis editoriales, Seix Barral, de España y otras restantes de Francia, Portugal, Grecia, Italia y Alemania.
En tus inicios hacías poesía. ¿El narrador abandonó al poeta?
—No, el poeta se abandonó a sí mismo. Cuando era adolescente, era un poeta militante, pero en la época de la universidad, sospechando que en realidad poeta sólo es alguien tocado por la gracia, renuncié. Luego, por ser consecuente, asumí la prosa como medio de expresión.
Pero en tu trabajo narrativo siempre irrumpe el poeta...
—Creo que el poeta que intenté matar se niega a morir.
En la formación de un escritor siempre hay lecturas, pero al parecer también te has nutrido de la tradición familiar...
—La educación sentimental nuestra, la de nuestros escritores provincianos, se nutre de elementos que tienen que ver con culturas antiguas, pero también modernas. A todo ese rumor siempre quise ponerle oído y, sospecho, siempre nutrió mi fantasía. Mi infancia transcurre en una provincia andina remota y de algún modo paradisiaca...
En Celendín, ¿o Villamalia, según tu novela? ¿Allí empezaron tus alucinaciones literarias?
—Sí, Celendín, que de algún modo es Villamalia. Un pueblo andino con una gran armonía cultural, con un horizonte azulado que te remitía a otros mundos, pero, sobre todo, poblado por gente que sabía muchas cosas. En esa etapa formativa junto a mí estuvo mi abuela Victoria, una maestra jubilada, con 42 años de docencia en el pueblo y los alrededores. Culta, estricta, todos los días de mi infancia, al final de la tarde -en ese tiempo sin radio ni televisión-, ella ampliaba esa aproximación que yo tenía con lo mítico desde mis primeras lecturas y me contaba historias que tenían que ver con la historia universal y bíblica, con la cosmología, con la exploración de los polos y de la jungla... Ella fue mi escuela, mi universidad. Ella, sin saberlo, me hizo un fabulador, un escritor.
¿Bastó para ello tus lecturas iniciales y lo que recogiste en tu pueblo?
—Ha sido un largo aprendizaje, pero las bases fueron ésas. Luego vino la búsqueda del medio, de la voz, mis iniciales dudas frente a la poesía, todo ese tanteo a ciegas en el mundo de las palabras que me formaba de algún modo. Yo dejé de ser poeta a los veinte años, pero nunca dejé de tomar notas y de guardarlas pensando que eran el embrión de alguna cosa. Al final la mayoría iban al canasto, por supuesto.
De tanto echar al canasto, ¿nunca pensante renunciar a la literatura?
—No. Mi relación con la literatura ha sido un eterno proceso de dilación y aprendizaje, pero nunca hubo dudas de que ése era el mundo en que quería vivir. Sí las hubo fue en cuanto al medio, al instrumento, al papel que yo debía cumplir, y a eso contribuyeron otros factores, el político por ejemplo. Mi renuncia a la poesía fue paródica, caricatural. Lo que sí fue importante es que desde muy joven yo quería ser útil socialmente. Por mi formación familiar tenía inoculada en la sangre la misión de hacer algo por los otros, de contribuir al cambio de este país, que era un país de horror, de extrema inhumanidad, de desprecio. Por eso entré al periodismo.
Y para salir de él te fuiste del país. En los escritores peruanos es casi una tradición exilarse...
—Habría que preguntarse por qué. Creo que las sociedades conflictivas, sobre todo si el escritor tiene una vocación de actor social, muy rápidamente pueden volverse una telaraña que va a liquidar al creador si que éste no hace nada para preservarse.
¿Irte fue una salvación?
—En tiempos de crisis la gente necesita salvarse en muchos aspectos. Me fui por razones objetivas: ya no tenía espacio profesional ni humano, mi correlato laboral estaba liquidado pues toda mi experiencia periodística la había hecho en prensa de oposición y de izquierda. A fines de 1983 no tenía dónde ubicarme. Lo que pasaba en el Perú era un horror, lo que ocurría con la izquierda también. Yo no estaba de acuerdo ni con Sendero ni con sus represores. Mi esposa estaba muy enferma y mis hijos pequeños me necesitaban. Y, junto a todo esto, estaba el escritor abandonado. Por todo eso me fui.
Ahora has retornado con un importante premio internacional.
—La vida tiene recodos sorprendentes. El viaje, el autoexilio, ese alejamiento salvador que busqué, no me dio satisfacciones inmediatas. Por más de diez años trabajé con escasa audiencia. Gané premios, algunos editores se arriesgaron conmigo en el Perú, mi novela fue recibida bien por algunos, ignorada por otros. Al cabo de 15 años tenía claro que lo que había hecho no bastaba para abrirme paso con las editoriales europeas.
Estabas ante murallas cerradas...
—Estaba convencido de que iba a trabajar el resto de mi vida como un escritor sin una real audiencia. El rechazo de mi novela por alguna editorial española me convenció de ello. Sin embargo, hace dos años todo empezó a cambiar. Una editorial francesa muy importante, Metailié, y la colombiana Norma, se interesaron en El cazador... Y el pasado mes de mayo, en el marco del II Salón del Libro Iberoamericano de Gijón, un grupo de editores europeos de primera línea me otorgó el premio internacional de novela "Las dos orillas". Esto es muy alentador para mí y, a la vez, me plantea enormes responsabilidades.
Tu novela aborda el tema de las guerrillas. ¿Es un tema latinoamericano vigente en Europa?
—No. Y no escribí mi novela pensando en Europa. Escribí "El cazador..." pensando en mi experiencia, para saldar cuentas con viejos fantasmas de mi etapa formativa. No olvides que nací a la vida política en el momento de la muerte de Heraud, de De la Puente Uceda -a quien conocí mucho, de niño, pues fue amigo de mi padre-, de la muerte del Che Guevara. Un periodo para mí lleno de sentido y de tragedias, que yo debía enfrentar de algún modo, para rendirle homenaje y para hacer su balance. "El cazador.." es un intento de explicar, de entender todo eso. Yo no escribo para un público europeo ni peruano. Respeto al público y a mis eventuales lectores, pero no pienso en ellos como un mercado, adecuando mis temas y mi lenguaje a su gusto.
¿Buscas interpolar la guerrilla de los años 60 con la subversión de los 80?
—Me parece natural. Hablamos de diferentes etapas del largo y doloroso proceso peruano hacia la modernidad y la democracia. Es, además, un mundo en el que estuvo inmersa mi generación, por lo que es materia natural de mi trabajo. Además, yo no abjuro de la poderosa tradición realista de la narrativa peruana, que creo que debe tener continuidad.
Es paradójico, en España premian tu novela y aquí le hacen reproches...
—No soy yo quien va a defender mi libro. Además, creo que no tengo derecho a quejarme. Cuando salió la novela hubo críticas buenas. No puedo olvidar la de Ricardo González Vigil, que dio una visión global de mi intento, sin detenerse en lo lúdico, en los guiños literarios, ni en lo banal, en la intriga. También estuvo el artículo entusiasta del poeta Cesareo Martínez, que fue premonitorio en más de un sentido.
Recientes lecturas intentan castigarte...
—Sí, hay recientes lecturas que curiosamente son posteriores al premio. Creo que todo eso no tiene ninguna importancia, ni para el proceso de la literatura peruana, ni para la vida de mi libro. La crítica, en el Perú, lamentablemente está desapareciendo. A los que podrían realizarla con decoro no se les facilita las cosas. En sustitución parece implantarse una especie de crítica interesada y corporativista, grupos de personas que se responden unas a otras, como si pertenecieran a una asociación de asistencia mutua. Esto no es serio. Todo el mundo se da cuenta de quiénes están en el origen de todo eso. Hay malintencionados que pierden energías intentando obstaculizar la vida de un libro que hace tiempo escapó de su control. Si ese es su trabajo y les da satisfacciones, que lo asuman. Yo seguiré con lo mío, que es escribir...
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