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Diario LA REPUBLICA - Lima, Perú
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Lunes, 12 de Julio de 1999
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Alfredo Pita obtuvo el Premio "Las Dos Orillas", en España
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¿Narrador de una "generación perdida"?

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Entrevista Julio Heredia
Exclusiva para La República
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—Tu novela "El Cazador ausente" acaba de recibir el premio "Las Dos Orillas", que, sin duda, se convertirá en uno de los más ambicionados por un escritor latinoamericano, puesto que supone la difusión en seis lenguas... ¿Qué piensas?
—Pienso que es algo extraordinario, algo que me costó al comienzo asumir. Cuando me dieron la noticia me parecía que era algo que le estaba ocurriendo a otro. Ahora me tienes ya un poco repuesto de la experiencia. Y muy contento, por supuesto.
—¿Qué significa este premio para ti?
—Fíjate cómo son las cosas. Por 15 años escribí pensando que las puertas de las editoriales españolas estaban cerradas sin remedio para lo que yo hacía. Ahora, uno de mis libros es comprado por varias editoriales europeas, incluida Seix Barral, de Barcelona. Esto, que parece casi un sueño, es en realidad un compromiso para seguir trabajando.
—¿Puede calificarse de tardía la primera novela de un escritor bien avanzado en la cuarentena?
—Creo que de la precocidad se da más bien, a veces, en la poesía, antes que en la novela. Con notables excepciones, claro. Mi libro maduró junto conmigo, por diez, quince años, lo he ido escribiendo sin escribirlo. En paralelo, la vida, tal cual es, continuaba, y había que enfrentar los problemas, los compromisos, las dificultades que a veces no te permiten escribir. Además, mi generación, y yo con ella, anduvo muy ocupada: hicimos política, periodismo, intentamos cambiar el mundo. Y todo esto sin perder de vista la escritura. Yo, en todo caso, intenté mantener viva mi vocación primera.
—Volvamos a "El Cazador". En una encuesta de la revista Debate que ha dado que hablar en el Perú, tu novela queda fuera de la lista de los "diez libros de narrativa más importantes de la década". Como autor, eres mencionado una sola vez, por Julio Ortega, y por tu libro de relatos "Morituri". ¿No es esto desalentador?
—Me gustaría decirte que no, que ese tipo de consultas no tienen demasiada importancia. Pero sí, sí la tienen.
De hecho, cuando uno se aleja de su patria, de algún modo siembra las semillas de un divorcio que al menor descuido comienzan a crecer. El que se fue de Barranco perdió su banco, se dice, ¿no? Yo procuro que esta situación no se agrave en mi caso. Sin embargo, el combate es arduo. Quiero a mi país, me gustaría que me lea mi gente, por supuesto, pero trabajo en el exterior, estoy en desventaja. La vida así lo ha querido. Soy uno de los cientos de miles de peruanos que se fueron. Esa es mi condición y desde esa condición escribo.
—¿Una encuesta es una herramienta legítima para medir lo literario, la importancia o el impacto de un libro?
—En una encuesta sectorial, en una lista subjetiva de preferencias no siempre están todos los que son. Esto es normal. Por otro lado, las estadísticas no tienen nada que ver con la literatura.
En el caso de la encuesta de Debate me alegro por los mencionados. Lo más destacable es que refleja el acatamiento por el mundo cultural limeño del fenómeno de la "andinización" de la capital del Perú, lo que es históricamente justo. Lima ha asumido a las provincias del Perú, que por siglos despreció. Ahora le falta asumir que el Perú es una provincia del mundo.
—¿Te parece que el Perú sanciona la ausencia?
—He reflexionado al respecto. Creo que se puede decir que el que se va adquiere otro ritmo, en particular en la elaboración de la memoria, en la absorción de las experiencias traumáticas. Y eso tiene un precio. Aunque, también, ventajas.
—¿Es una desventaja vivir fuera del Perú? Muchos dirán que Vargas Llosa, Bryce, Scorza, impusieron su presencia literaria en el país a pesar de sus exilios...
—Además de haberme ido del país, he tenido la desventaja de trabajar literariamente en el extranjero en un momento en que América Latina había pasado de moda. Por quince o veinte años el mundo editorial español dejó de mirar la nueva literatura latinoamericana. Esto no es un secreto. Ahora cambian las cosas, surgen nuevos nombres y mundos. Los crecientes espacios que logran autores como el chileno Luis Sepúlveda, el mexicano Paco Ignacio Taibo II, los nuevos escritores argentinos, colombianos, cubanos, prueban esto. Una nueva ola de creatividad e imaginación latinoamericanas golpea las murallas de España. 
—¿Te consideras integrante de una generación crucial? Alguna vez te he escuchado calificar de "perdida" a esa generación de los 60-70 a la cual perteneces...
—Todas las generaciones son "generaciones perdidas", le dijo Hemingway a Gertrude Stein, quien había acuñado la frase.
Alguna vez apliqué el símil a mi generación, la del 70, en el sentido de que, pasmada como andaba con el "boom", y ocupada como estaba en el "servicio militante obligatorio", prometía mucho y rendía poco, sobre todo en el terreno de la narrativa. Los poetas son otra cosa, la obra de varios de ellos, pienso, trascenderá. Ahora, con más distancia, creo que no soy quien deba hacer balances, y menos el de la novela. Aunque, sí, puedo asumir tu adjetivo: "crucial". A mi generación, a esa gente que nace a la conciencia en los 60 y madura en los 70 y 80, creo que nadie podrá convencerla de que ha "vivido en vano".
—¿Pesan todavía en ti los compromisos políticos? Los del pasado, digamos... 
—Un hombre es todos los hombres. La vida de un niño, de un hombre, frustrada, estropeada por una mala alimentación, es el fracaso de toda la sociedad. Ese fracaso suscitaba mi indignación hace 30 años y lo sigue suscitando ahora.
Mi visión es ahora menos abstracta, menos ideológica, más crítica con lo que he sido y he pensado, pero sigue guiada por los mismos resortes: solidaridad, cuestionamiento, rebeldía.


Limpiar la memoria del futuro

—Y en el presente, ¿qué características asume tu relación con la política?
—Sigo siendo el de siempre, un testigo que, cuando no le queda más remedio, da su opinión. Alguien que intenta participar en un debate que a veces no existe.
Como la mayoría de peruanos, siento que hoy campea en el país el autoritarismo y la arbitrariedad, pero tengo confianza. Creo que nuestros jóvenes, como los que en otras partes hoy luchan contra los males de nuestro tiempo -el racismo, la intolerancia, los nacionalismos, los nuevos fascismos- terminarán dando a nuestro país la democracia que merece.
En forma más concreta, me preocupan los cientos de presos inocentes que se pudren en nuestras cárceles. Y también el silencio que rodea a los miles y miles de peruanos que murieron víctimas del terrorismo y la represión, en su mayoría campesinos anónimos. Como en otros lugares, para ellos debe haber una Comisión de la Verdad. Hay que limpiar la memoria del futuro. 

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